tres meses de estancia en pnohm penh, con la tarea profesional de rehabilitar un edificio con cambio de uso, es la historia que ofrecemos contar de este occidental tan poco preparado a los hechos fantásticos, minúsculos y serenos que están por acontecer...

18 febrero 2009

new york 1

aunque el sonido de helicópteros continuaba a veces sonando detrás de la cabeza, lo dejé de oir durante algunos días.
En un Madrid frío y típico paré durante cuatro días. En ellos paseé por el Centro, ví a Nerea y Eduardo, a Susana y a Chema, miré las calles desde los balcones y las tardes desde un sofá. Corriendo y con la maleta desarreglada salí por la mañana al Prado y más tarde a nuevos Nuevos Ministerios. La entrada en la estación colosal es la entrada en el reino de lo acrílico, de los signos internacionales, de las estructuras de aluminio o del hormigón visto, del marmol ilimitado, de las composiciones neoplásticas que pactan la ejecutabilidad con la estética. Llegué a Barajas 1 (que me recuerda a Estesso y Pajares) y en un abrir y cerrar de ojos estaba en Gatwick, y en otro más cansado en Victoria Station. Allí, a la salida del edificio de la estación, comenzaba algo que me recordaba mucho al Venetian de las Vegas. La conexión de metro era facil. Los colores universales de lo mapas de Metro me asisten. Tuve tiempo para tomarme otra pausa con una napolitana y un cacao en un local de franquicia donde me dí un respiro como un remolino de hojarasca bien anclado en el remanso de un río.

En París la gente disfrutó de la revolución industrial; en Londres la gente la vivió. Inglesa y mundana, Londres mantiene una tersa escala de pueblo que hace flotar a la población como al mercurio sobre una superficie satinada. Mucho mercurio y el movimiento, regular. Al no poder escapar a edificios grandísimos, la gente está obligada a estar equidistribuida por las callecitas con vendedores ambulantes, chisteras, mochilas de north face y una caballerosidad casi de coche de caballos. Paris tenía la politesse pero Londres tiene la politeness y New York tiene, sencillamente, beat.

Londres me trae a casa pero no del todo; la LSE respira ese ambiente internacional y adolescente de papers a punto de terminar, de gente a punto de apostar por su futuro y chicas a punto de ser mujeres. Cojo un taxi muy de noche y cruzo continuamente la misma vida de pueblo; hay calles suburbanas como en Los Angeles, pero parece que hubieran pagado a la gente para que las habiten. Son muy amables. Tienen las mejillas rosadas. Los ingleses no se ven extraños entre tanto indio. Sí, son cool como dicen.
Por la tarde fui a ver la oficina de Foster y me sobrecogió la escala de aquel hombre. Por Dios qué capacidad de crear futuro. Más tarde fui a celebrar el cumpleaños de Tiago a Verner, y la música estaba a la altura. El rito colonial? Poscolonial? Del baile y la sordera me hizo su efecto.

Vuelo y vuelta. Nueva York como siempre: a toda máquina. Hoy salgo para Boston y la carretera que deja la ciudad tarda una hora en dejar de parecer ominosa. Quedan cuatro meses para terminar el Master y miro ahora con nostalgia de futuro qué será lo que se puede hacer en esta ciudad. Mis compañeros de Master y yo corremos
para coger sitio,
para anclar los tacos,
para preparar el golpe,
para anticipar la llegada,
para averiguar la clave,
para dar la estocada,
para soltar el freno. La ciudad, más grande que cualquier cosa, terriblemente seductora (y me reafirmo en que cada una de esas palabras es exacta), la ciudad me mira con toda su majestad y la fatalidad letales de una hembra irrepetible. “No tendrás a otra como yo” me dice. “No sabrás vivir sin la luz que yo te he dado” y asiento. Toyo Ito vino hace un par de días.
La ciudad me mira desde la altura del Christler Building y me dice “Nadie más te dirá cómo verlo todo al mismo tiempo. No conocerás otro placer como el mío”.

Miro la carretera que va a Boston y que sigue llena de luces rojas como glóbulos llenos de oxígeno y empiezo a ver que sigue pareciendo una ciudad. La maraña de esta mujer llega a donde yo vaya y yo estoy profundamente enamorado de su inigualable y exquisita turbulencia. Terriblemente hermosa, inalcanzable y superior, esta ciudad se merece la mejor de las poesías, el más lírico de los llantos. Aunque me deje, aunque sea yo el rechazado. He visto algo parecido al panóptico de las vidas vividas y ahora eso no tiene marcha atrás, tanto desorden no había estado tan bien ordenado.
El futuro que me espera en esta ciudad o en otra no quita que la haya querido como se quiere pocas veces. No importa el daño que me inflinga o la nostalgia que me provoque, esta ciudad me ha amado lo suficiente como para no saber perdonarla.