tres meses de estancia en pnohm penh, con la tarea profesional de rehabilitar un edificio con cambio de uso, es la historia que ofrecemos contar de este occidental tan poco preparado a los hechos fantásticos, minúsculos y serenos que están por acontecer...

18 febrero 2006

como azules cielos de noche, personas

Una vez llegados a Bangkok, los escasos setenta kilos que me portan me llevan a buscar una habitación cercana a la estación de tren. El ruido de la ciudad viviente y el humo que se espesa, como sudor anónimo y colectivo, no cejan de empañarme. Más carteles invaden las calles, todo esta lleno de señales. Señales que pueblan, voces que se superponen en una ebria noche urbana.

Sin finales este cuerpo me lleva, cuenta, padece, se sienta en una silla de aluminio y se resiste a cerrar etapa, incluso a hacer balance. Pero el hecho es que estos setenta kilos consideran tremendo este desplazamiento tan simple que ejecuta una maquina que vuela. Y no por el hecho de que gotas de agua puedan emerger de su lacrimal. Tampoco porque tres mil fotografías nuevas ocupen su ordenador portátil.

Este cuerpo padece algo que no es fácil contar y que no debe quedar registrado de forma cuantitativa. Puede que sea la marcha del tiempo (me gusta cómo se dice en francés aunque no sé si está bien escrito, la démarche du temps), o puede que sea que tiene que embalar en cajones de memoria lo que ha sido y aun es una tan hermosa casa amueblada de situaciones y amistades. Es más bien (y con esto vuelvo al mensaje del blog “transbordo en Ho-Chi-Min (II)) que experimenta que la realidad no puede ser retenida en una sola imagen, pues excede nuestra vista. Se olvida, es necesario. Incluso lo importante. Sobre todo los matices.

Y no solo se trata de la realidad de puestas de sol más opacas o calles menos asfaltadas: se trata sobre todo de las realidades que creamos entre nosotros o ellos, los seres humanos. Nosotros o ellos (los seres humanos) poseyendo una amplitud muchísimo mayor de lo pensado.

Los setenta kilos no terminan de explicarse porqué sigue siendo tremendo este simple desplazamiento, y desde lejos oyen que el olvido le está recordando que deje pasar al presente, que el suelo es blanco, de granite, que hay que ver el palacio real y el barrio chino y que el avión sale dentro de ocho horas. Ponen veintiséis años de mirada en un pequeño ventanuco en el techo, que da al cielo, azul, del exterior, y se dice
Que siempre el fondo está más lejos
Que quizas tan solo es paciencia
Y que, al fin, es bonito ese pedazo recortado azul de cielo

Con cariño,

Alejandro.