tres meses de estancia en pnohm penh, con la tarea profesional de rehabilitar un edificio con cambio de uso, es la historia que ofrecemos contar de este occidental tan poco preparado a los hechos fantásticos, minúsculos y serenos que están por acontecer...

28 julio 2008

la dama

Camino de Madrid, el tren pasa por paisajes sin formar en una luz de tarde que me recuerda al crepúsculo. Paris estuvo magnífica en el día o dos que estuve en ella. Como una amante entregada. Hay un drama exquisito que es invisible, y que se respira cuando se pisan los adoquines exquisitos de sus calles. Como un muerto embalsamado, París exhibe lo que fue y lo mantiene a flote. Toda la ciudad respira, todas las calles recogen personas que leen, extienden la belleza o pasean su civilidad parmi le paisaje fourri de ferraille. Miramos la ciudad como aceite al agua

La ciudad es tan hermosa que no puede cambiar. Sólo cabe ver su esplendor, formar parte de su escenario. París es la mejor ruina contemporánea, y embalsama los cuerpos de quienes la conocemos con dosis líquidas de nostalgia y belleza. Castigados con el progreso, necesitamos cambiar crecer: Paris hace el esfuerzo sobrehumano de crecer y ser la misma. En Belleville un delicado equilibrio ecológico une a los morenos con los de piel de perla. La cena en el restaurante vietnamita me traía al lejano este en el que estuve un día. No se parecía nada al Este que se ve en Nueva York. Asia es distinta en ambas ciudades, y yo me quedo volviendo a Montmartre, donde las calles del Sacre Coeur, al sol de un café ole, pan au chocolat y café al exterior me reducen a cenizas de candor. Qué exquisito cada rincón, que suave el roce de las voces deslizándose por la lengua francesa.

Qué exquisito el tren que parte de París al pasado remoto. El sonido de los primeros adoquines peatonales, las últimas buhardillas. Los chevalieres adolescentes se visten en plena revuelta personal con dejadez estudiada, pareciendo desheredados voluntarios de un reino que amaron. Como una amada ajada, Paris conserva la belleza intocable de lo que no puede ya ser el centro del mundo. Su hermosura envenena a quienes vivimos bajo el cambio: morimos mientras la besamos. No se la puede más que amar sin tocar y ese es el drama que me atañe.

el nuevo occidente

Especies sociales para mí desconocidas florecían en cualquier rincón, y el aparato del Estado Americano las soportaba mientras viajábamos de norte a sur recorriendo la costa oeste. Comprendo ahora cuando discuten si América es tal o es cual: no parece estar hecho sino estar haciéndose continuamente por un agreement (acuerdo) implícito en la disparidad. Frente al hotel frente, una Iglesia stand still en pleno strip de Las Vegas.

Jamás habría creído que podría existir Los Ángeles. Entiendo que fuese una inspiración para Blade Runner. En ella el género humano pasa de ser un punto a ser una línea: el vector de la dirección de los coches. Los Ángeles es como ordenar una baraja de cartas por sus pesos en moles. Crea un orden absolutamente remoto. Los Ángeles no es creíble pero ahí está, de hecho crece como una mancha de aceite de coche acelerando. Tardamos dos horas en salir, a cinco carriles por dirección, de un tejido residencial monótono: nadie en la calle. La calle ha dejado de ser relevante.

Otros lugares. En Las Vegas uno está obligado a tomarse en broma y vimos su Strip. Y los Cañones del Colorado. Las naranjas de California. La Playa de Monterrey. Flagstaff por sorpresa. El cráter. Entramos en numerosos lugares ya extintos. Y otros que vendrán (lo genérico)

Pasé por Nueva York de puntillas, sin querer ver demasiado. Había conseguido olvidarme del sonido frenético de la isla llamada Columbia y temía despertarlo. En el Metro, un japonés gay con zapatillas retro doradas y flequillo mood discutía con aspecto de chicle acerca de cualquier tragedia cosmopolita con una rubia con delicadeza parisina y de ambiciones tipo Hilton: los vaqueros por dentro de las zapatillas, el collar blanco rodeando un escote campestre con tonos de inocencia retenida, el colorete sobre frescor real. La especie humana se encuentra en un estado de continua mutación en Nueva York, de deformación performativa y las personas están invadidas de códigos y significados, tendencias, posturas orígenes tendencias y activismo. Pasé por Nueva York sin querer mirar la cumbre de sus edificios, y fui lo más directo posible a hacer cuatro cosas que tenía que hacer. Pese a ello, noté el vaho del miedo y el amor en la nuca.

Muchas cosas que se van a la buhardílla del recuerdo esperan en cola. Esperan y las despido con placer y afecto: demasiado es suficiente. Parece que no hay más turbulencias, ya es hora de aterrizar y además ya es tiempo de ir aterrizando.