tres meses de estancia en pnohm penh, con la tarea profesional de rehabilitar un edificio con cambio de uso, es la historia que ofrecemos contar de este occidental tan poco preparado a los hechos fantásticos, minúsculos y serenos que están por acontecer...

22 febrero 2009

Nueva York 3: lento

Esta tarde fuimos a ver de nuevo el Guggenheim, ya restaurado. Tenía colores crema que endulzaban el frío del ocaso de la tarde. Fuimos andando - Curro, Jesús, Jose y yo - hasta la 81 para ir al este y ver el norte de Roosvelt Island desde Manhattan. Atravesamos un par de décadas y seguimos paseando por edificios de Alemania de entre guerras, vecinos de Bill Cosby y regalos de navidad propios de John Corleone recién llegado de la guerra. Seguimos adentrándonos hacia un borde que parece no existir en Manhattan pero que es real: allí, empedradas y y construidas, hay olas y gaviotas. Recordé ligeramente a Camús y al mar y miré al oeste donde está el Oeste y donde aun más lejos, justo donde estoy yo, vuelve a estar el otro lado del mundo.

Volvimos mientras el frío se acorazaba. Fuimos a un deli en la esquina de la 81 con la 1a y allí ví a niños en silleta, una panadera negra de ojos muy negros y bebí un chocolate caliente con un bollo de leche. Con la cadencia de un Nueva York que siempre puede volver a cambiar sólo para tú que puedas presenciarlo, me recogí en el autobús y regresé a la casa, a mi habitación, a mi ventana.

20 febrero 2009

Nueva York 2: vivace

Aunque siguen sonando sonidos de helicópteros golpeando el suelo de un aeropuerto;
aunque esos sonidos y las máquinas y las probabilidades son los verdaderos personajes de esta ciudad;
aunque todo eso pasa y aquí ya no somos más que trozos de vidas por arreglar en una matriz de condiciones de contorno;
aunque todo eso la gente suda más que nunca.
Sale a borbotones por el metro,
se pelea en los carteles publicitarios,
se mata en los despachos de cualquier corporativa,
reclama con huelgas de celo más horas de deseo,
vuelve como legiones de Edipos a salvar a su padre y a apuñalar a Brutus,
a apuñalar al Cesar,
a salvar al Cesar.
Ejércitos de móviles de iPhone reclaman su independencia y manifiestan su pertenencia al mundo de los códigos,
luchan por la legalidad de lo equívoco,
por el sinsentido consentido,
por el sacrificio de almas que están inertes,
por la defensa de las microbacterias y por el fusilamiento de varias décadas de historia.

La sangre, que sale a borbotones de las bocas de Metro, se coagula en los miles de puntitos amarillos blancos naranjas y azules de los despachos y los pisos que condensan en esta ciudad una mole que se mueve con la turbulencia de un corazón de siete válvulas. Sin gracia, sin estilo, sin elegancia, sin estilográfica ni bigote ni bolcheviques ni una bohemia que los defienda, esta masa compacta se convulsiona y modifica el comportamiento de las cosas, las personas y de nuevo las cosas. Las calles se cortan y se abren, cientos de sándwiches se lanzan a las papeleras sin interrupción, hay dos manifestaciones opuestas al mismo tiempo y se confraternizan, arden árboles y los pájaros no se enteran.

Sólo toda la masa puede hacer una cosa y es continuar en el estado excitado, chocarse con las personas, seguir a las personas, amar y desentenderse de las personas, ir a los psicoanalistas, tener perros y escribir papers, odiar la ciudad y hacer yoga, perder peso y perder dinero, amar a los bares y entregarse a acentos rusos. La gente arde, está ardiendo, la isla entera está ardiendo y la ciudad y la gente no deja de arder por mucho que los presupuestos y los libros de conducta no dejen de decir que somos hermanos y que fuimos llamados por la naturaleza para permanecer en un estado de orden que llamamos racional. Aquí la naturaleza ha superado al deseo y la fuerza a la potencia: la rueda avanza sobre el coche, el motor se desprende de la máquina, el pensamiento necesita emanciparse de la vida: tiene que ir más rápido, mucho más rápido, esta máquina que se mantiene joven a una velocidad que oscurece a la propia luz,

18 febrero 2009

new york 1

aunque el sonido de helicópteros continuaba a veces sonando detrás de la cabeza, lo dejé de oir durante algunos días.
En un Madrid frío y típico paré durante cuatro días. En ellos paseé por el Centro, ví a Nerea y Eduardo, a Susana y a Chema, miré las calles desde los balcones y las tardes desde un sofá. Corriendo y con la maleta desarreglada salí por la mañana al Prado y más tarde a nuevos Nuevos Ministerios. La entrada en la estación colosal es la entrada en el reino de lo acrílico, de los signos internacionales, de las estructuras de aluminio o del hormigón visto, del marmol ilimitado, de las composiciones neoplásticas que pactan la ejecutabilidad con la estética. Llegué a Barajas 1 (que me recuerda a Estesso y Pajares) y en un abrir y cerrar de ojos estaba en Gatwick, y en otro más cansado en Victoria Station. Allí, a la salida del edificio de la estación, comenzaba algo que me recordaba mucho al Venetian de las Vegas. La conexión de metro era facil. Los colores universales de lo mapas de Metro me asisten. Tuve tiempo para tomarme otra pausa con una napolitana y un cacao en un local de franquicia donde me dí un respiro como un remolino de hojarasca bien anclado en el remanso de un río.

En París la gente disfrutó de la revolución industrial; en Londres la gente la vivió. Inglesa y mundana, Londres mantiene una tersa escala de pueblo que hace flotar a la población como al mercurio sobre una superficie satinada. Mucho mercurio y el movimiento, regular. Al no poder escapar a edificios grandísimos, la gente está obligada a estar equidistribuida por las callecitas con vendedores ambulantes, chisteras, mochilas de north face y una caballerosidad casi de coche de caballos. Paris tenía la politesse pero Londres tiene la politeness y New York tiene, sencillamente, beat.

Londres me trae a casa pero no del todo; la LSE respira ese ambiente internacional y adolescente de papers a punto de terminar, de gente a punto de apostar por su futuro y chicas a punto de ser mujeres. Cojo un taxi muy de noche y cruzo continuamente la misma vida de pueblo; hay calles suburbanas como en Los Angeles, pero parece que hubieran pagado a la gente para que las habiten. Son muy amables. Tienen las mejillas rosadas. Los ingleses no se ven extraños entre tanto indio. Sí, son cool como dicen.
Por la tarde fui a ver la oficina de Foster y me sobrecogió la escala de aquel hombre. Por Dios qué capacidad de crear futuro. Más tarde fui a celebrar el cumpleaños de Tiago a Verner, y la música estaba a la altura. El rito colonial? Poscolonial? Del baile y la sordera me hizo su efecto.

Vuelo y vuelta. Nueva York como siempre: a toda máquina. Hoy salgo para Boston y la carretera que deja la ciudad tarda una hora en dejar de parecer ominosa. Quedan cuatro meses para terminar el Master y miro ahora con nostalgia de futuro qué será lo que se puede hacer en esta ciudad. Mis compañeros de Master y yo corremos
para coger sitio,
para anclar los tacos,
para preparar el golpe,
para anticipar la llegada,
para averiguar la clave,
para dar la estocada,
para soltar el freno. La ciudad, más grande que cualquier cosa, terriblemente seductora (y me reafirmo en que cada una de esas palabras es exacta), la ciudad me mira con toda su majestad y la fatalidad letales de una hembra irrepetible. “No tendrás a otra como yo” me dice. “No sabrás vivir sin la luz que yo te he dado” y asiento. Toyo Ito vino hace un par de días.
La ciudad me mira desde la altura del Christler Building y me dice “Nadie más te dirá cómo verlo todo al mismo tiempo. No conocerás otro placer como el mío”.

Miro la carretera que va a Boston y que sigue llena de luces rojas como glóbulos llenos de oxígeno y empiezo a ver que sigue pareciendo una ciudad. La maraña de esta mujer llega a donde yo vaya y yo estoy profundamente enamorado de su inigualable y exquisita turbulencia. Terriblemente hermosa, inalcanzable y superior, esta ciudad se merece la mejor de las poesías, el más lírico de los llantos. Aunque me deje, aunque sea yo el rechazado. He visto algo parecido al panóptico de las vidas vividas y ahora eso no tiene marcha atrás, tanto desorden no había estado tan bien ordenado.
El futuro que me espera en esta ciudad o en otra no quita que la haya querido como se quiere pocas veces. No importa el daño que me inflinga o la nostalgia que me provoque, esta ciudad me ha amado lo suficiente como para no saber perdonarla.